MONUMENTO AL TRABAJO
Se contrato a un artista callejero que trabaja como estatua humana para realizar un performance de 3 horas en las cuales debía permanecer tumbado en el suelo. Las indicaciones fueron simples: Su posición debía asemejarse a una estatua derrumbada y su vestuario debía ser de trabajador.
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15 minutos
El pedestal tiene como misión no sólo elevar la obra del suelo y subrayar su carácter erecto sino expresar la idea de que la obra es un volumen pesado, sólido y macizo capaz de sobrevivir al paso del tiempo y resistir a los inclementes fenómenos de la naturaleza como inundaciones o terremotos. Pero el pedestal es también un altar sobre el que se glosan las hazañas de héroes o se recuerdan los hechos que originaron su elevación, en este ara se ofrendan flores y se venera la memoria colectiva de los ciudadanos. (Maderuelo, 1994, p.19)
La idea clásica del monumento no solamente erige una simbología conmemorativa, también es una muestra del poder a través de un elemento simbólico. Tomando en cuenta, que la imagen o simbología que carga a un monumento de significado son a su vez su contexto y los hechos o personas a quienes está conmemorando, la preponderancia general por unos personajes o por otros revela en los monumentos, de una ciudad o un país, la idea de discurso nación; y por esto mismo, una representación de las instituciones, de los gobiernos, del poder.
Por tanto, no es gratuito que durante las manifestaciones o movimientos sociales sea el monumento (principalmente el alojado en las plazas públicas) el objeto de diversas intervenciones. De la pintada a la modificación, pasando por el disfraz y hasta su destrucción, los monumentos públicos son objeto constante de actos iconoclastas que buscan reivindicar las ideologías de quienes se congregan. Esta idea, este acto iconoclasta, es así mismo una actuación del poder simbólico: El poder de la multitud sobre el poder de la institución. Lo vimos en Ucrania tras la caída de la Unión Soviética con el derribamiento de las estatuas de Lenin, en Irak tras la invasión norteamericana con la estatua de Saddam Hussein, la estatua de Franco pintada y derribada en Barcelona, o las incontables veces que el Bolívar (personaje identitario de diversos grupos tanto de derecha como izquierda) de la plaza central de Bogotá, ha sido objeto de intervenciones y restauraciones. La sublevación de la multitud contra las quienes que les explotan, contra sus dictadores.
Sin embargo, pareciéramos estar más en un época en la que el dictador el explotador y el afectado fueran uno solo: nosotros. Una época en que como dice Santiago Sierra (2013): “El trabajo es la dictadura”. Entendiendo también que en un mundo de la precariedad laboral, ese trabajo que es la dictadura, somos nosotros mismos (Comeron, 2007. p. 84). Trabajadores sin descanso que han incluido en su trabajo toda esfera social y personal. Dictadores que somos nosotros mismos y que decidimos cuánto nos auto explotamos.
En las artes, a este componente social, desde un punto de vista fetichista, se le suman las transacciones económicas. Como propone Claire Bishop(2012) el parentesco entre el arte y las lógicas contemporáneas del trabajo se vinculan en las relaciones económicas que el performance delegado implica. El outsourcing como elemento importante dentro de las corrientes performativas actuales, exhibe la perversión que los sentimientos de autoexplotación y gratificación que los espacios de visibilidad cambian a través de condiciones laborales precarias.
Tomando como metodología la iconoclasia que se percibe en estos derrumbamientos descritos en la introducción, este proyecto propone la imagen del monumento del trabajador que ha sido derrumbado por las lógicas del trabajo, alguien quien se ha derrumbado por sí mismo.
Monumento al trabajo e un performance delegado que recrea la imagen de una estatua o monumento que ha sido tirada al suelo, utilizando a una estatua humana. Está vestida de trabajador, deja su posición usual de verticalidad, para mostrarse acostada, horizontal. Un descenso que se hace paulatino y exige físicamente al performer quien realiza un movimiento muy lento hasta cambiar su postura. El/la performer es así, un individuo, perteneciente a la multitud, que es en realidad sobre quién se ejerce el poder y cuyo derribamiento puede parecer absurdo.
Esta absurdidad de su trabajo se encuentra en dos paradojas. Por un lado, la estatua humana es quien ha tomado la dignidad en su trabajo con cierta libertad (como es defendido por aquellos que trabajan en las artes callejeras), y ahora, toma la posición del derribamiento y se acopla a las lógicas del trabajo dirigido. Entrega su cuerpo, su conocimiento y su hacer por una remuneración económica. Por otro lado, la acción en sí podría parecer absurda. El derrumbamiento, en sí, es una acción improductiva, que en este caso, busca jugar con las lógicas del trabajo y supone una paradoja en el juego de representaciones simbólicas del poder.
Referencias:
Bishop, C. (2012). Artificial hells. Londres: Verso.
Comeron, O. (2007). Arte y postfordismo: notas desde la fábrica transparente. Madrid: Trama.
Han, B.-C. (2017). La sociedad del cansancio. Barcelona: Herder.
Maderuelo, J. (1994). La Pérdida del pedestal. Madrid: Círculo de Bellas Artes.
Zafra, R. (2017). El entusiasmo: precariedad y trabajo creativo en la era digital (Primera
ed.). Barcelona: Anagrama.